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Limosnas, masificación y cadáveres gráficos

25 de marzo de 2025 — Escribe: Javier

    El mismo día en el que me echan de mi piso por una subida ilegal del alquiler, inauguran 8 pisos turísticos en frente de mi puerta. De nada sirven las proclamas en contra de los Airbnb que sutilmente dejo en los contenedores cercanos a estos, en las cajas de cartón donde se almacenan restos de una vida que no caben en la casa de mis padres, y que seguramente alguien podrá darle uso o sacarle algo de dinero.

    En esto se está convirtiendo nuestra ciudad, un lugar que parece más un escenario que una ciudad. A veces me siento como cuando era pequeño e iba a Plaza Mayor; me preguntaba constantemente quién viviría tras esas ventanas de cartón-piedra, hasta que alguien me dijo que ahí solo había almacenes. Mi fantasía de vivir en Plaza Mayor se desvaneció, algo así como me siento ahora.

    En un lugar donde los fondos de inversión manejan a su antojo los precios de nuestra ciudad, vemos constantemente como amigos, conocidos y gente cercana, dan como válido el discurso neoliberal del libre mercado de no intervención, en un tema tan transversal como la vivienda, y cuesta convencerlos sin soltar una chapa ideológica de algo tan sencillo como que, mientras nuestra primera vivienda cuesta sangre, sudor y lágrimas, otros las compran a tocateja, y a pares. Supongo que algunos hacen bien su trabajo para hacernos pensar que es lícito que haya personas que gestionen 10, 30, 50 apartamentos turísticos, que antiguamente fueron el hogar de alguna familia, mientras tú, vives con tus padres. Quiero pensar que algún pajarito convenció a mi casera con el pretexto de que en el barrio estaban alquilando a 800-900€ y que ella ha tenido que hacerlo por necesidad. Con la hipocresía de una persona sin alma, recoge las llaves de su piso después de ser voluntaria en un banco de alimentos. Probablemente el próximo que viva en la que fue mi casa pagará un 25% más, pero ella se lavará la conciencia dando de comer a los malagueños que no tienen ni una cama digna donde dormir.

    Mientras todo esto ocurre, los bancos y constructoras tienen vía libre para dar una limosna a la gente de barrios con poco nivel adquisitivo y comprar sus viviendas y que abandonen sus barrios, donde acabarán construyendo hoteles, como pasó en el edificio de la Equitativa, hoy un hotel de lujo. Esto está pasando con el Perchel, un barrio de trabajadores que ha sucumbido al auge y el capricho de convertir Málaga un parque turístico, que deja también cadáveres gráficos de lo que un día fueron negocios que daban vida a los barrios, y que probablemente acabarán convirtiéndose en un locker o una cafetería de especialidad donde no sabrán ni lo que es un cortado o un carajillo.

    Migas es una panadería local, con dueños que, por una razón u otra decidieron cerrar su negocio, quizás empujados por que no habría gente suficiente en el barrio para consumir su producto. En un intento por recuperar el rótulo, el responsable de la demolición me dice que no pasa nada, que lo podemos salvar, mientras caen cascotes que lo destruyen lentamente, y casi a punto de rendirme, miro al lado, y cae la Joyería Sancy, con una tipografía itálica que me recuerda a la Jackson, poco común. Decido recuperar este por razones obvias, no tengo medios para transportar el otro, ni para desmontarlo mientras caen los cascotes. Esto pasa un 9 de Noviembre, día en el que salimos miles de malagueños a exigir una intervención en el mercado de la vivienda, por segunda vez. Todo sigue igual.

    Todo se vuelve tan sofisticado en una ciudad que nunca fue eso, que se nota el interés de agentes ajenos al malagueño promedio por poner la ciudad al antojo de un turista que, sin tener culpa, es responsable indirectamente del problema. Recuperar la esencia de los barrios se convierte en una obligación cuando el globalismo te planta un Starbucks donde antes hubo un Café Central, porque algún día, quiero pensar que destruiremos todo esto, y que simplemente será una burbuja más de la que se alimenta un sistema cimentado sobre la supervivencia de los que lo trabajan.