Vas por ahí, ves algo por el rabillo del ojo, lo recuerdas al llegar a casa y eso te lleva a una idea, o a material para un proyecto, o a mirar un concepto de otra forma. Esto va sobre la invasión aleatoria de la cultura en el diseño y cómo eso nos inspira.
HablemosSiempre he tenido una enorme envidia, y aún hoy sigo teniéndola, de aquellas personas que con una facilidad pasmosa se sacuden el estrés y son capaces, en un abrir y cerrar de ojos, de olvidarse de toda preocupación laboral y conectar en un nanosegundo al 100% con sus vidas personales. Yo diría que nunca he pedido lograrlo con esa rapidez, pero un par de días he necesitado, fijo, y tampoco la cosa ha sido muy boyante.
Nuestros proyectos en la agencia nunca dejan de sobrevolar mi cabeza. Bueno, eso es muy sutil. Mejor dicho, nunca han dejado de taladrarla cual banda de trompetas y tambores en procesión. Mi mente, en vez de liberarse, intenta agarrarse con zarpas a cada una de esas historias de marcas y proyectos, donde los clientes ejercen de protagonistas y no siempre son Brad Pitt.
Eso sí, soy una persona altamente generosa. Comparto viajes, almuerzos, paseos, conciertos, incluso mis clases de yoga (esto es muy decepcionante) con nuestros clientes y sus proyectos; pero, claro está, ellos ni lo saben ni mucho menos van a tener la oportunidad de agradecerlo. Todo por el amor al arte.
Pero no creas que esta aparente hiperactividad profesional selectiva mía es exclusiva de mi persona. Seguro que, si hacemos una encuesta entre la comunidad creativa, más de uno se lleva a la cama ese claim de campaña o ese naming que te está torturando. Reconozco que esto no es muy sexi, pero cuántos de nosotros no nos hemos levantado en mitad de la noche con una idea revolucionaria que igual al otro día era un poquito decepcionante (jajaja).
Y diréis, Marisa ¿qué tiene esto que ver con la última edición del Blanc!, Festival de diseño, creatividad e innovación? Pues es muy fácil: a nuestra profesión no le falta talento, aunque nos quite el sueño. Lo que necesitamos es relajarnos, parar el freno de la presión, relativizar con la importancia de nuestro resultado, desinflar los egos (empezando por el propio) y dar rienda suelta a la libertad, a los sentimientos, a la locura, vivir el encuentro entre colegas y, por qué no, abrazar al hedonismo. Porque si algo nos han demostrado los últimos años es que tenemos que desaprender para aprender a vivir tantas veces como sea necesario. Y no olvidemos que nuestra profesión es una oportunidad con mayúsculas, y que somos unos afortunados de la hostia.
En el momento en el que escribo este texto pienso en que hace una semana estábamos llegando a Vilanova i la Geltrú (ya con algunos vermús en el cuerpo) para vivir un fin de semana con experiencias más profesionales que de otro tipo, con la intención de dar una patada (con más o menos éxito) a los tiempos de entrega y anhelando lo divertido que sería poder disfrutar de un festival de diseño todos los compañeros de la agencia juntos (con especial morriña por nuestro Loco, que se quedó plantao’ – literal – por las casualidades de la vida).
Pero para nada pensábamos “¡Eh, Patri! Que en un plis todos esos agobios que nos hemos dejado en la agencia se esfumarán y nos olvidaremos de todo”. Y es que si, amigas, amigos, sí: encontré el santo grial, lo llené de vermú y me lo bebí del tirón. Conseguimos dejarnos llevar por el aprendizaje, la diversión, la empatía y la camaradería. Emocionadas por llegar a Málaga y poder compartir todo lo real y emocionalmente vivido con nuestros compis. Que sepáis, Blanc!, que os amenazamos con convertirnos en el próximo convoy, pero esta vez del sur, sin quitar protagonismo a els valencians que esos tienen mucha solera.
¡Enhorabuena Blanc! Moláis mucho, y seguro que os esperan muchas ediciones para seguir sumando que no nos defraudarán. Que no pare la fiesta del diseño.
No podía terminar el post sin citaros nuestros prefes de la edición 2022, esos que nos levantaron de la silla e incluso con los/las que derramos alguna lagrimita (aunque no están todos los que son):